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Diario de viaje: Día 8

Desperté temprano con intenciones de aprovechar la mañana ya que, a lo largo de estos días, me había dado cuenta que era el mejor momento para pedalear, o por lo menos el que yo mas disfrutaba.
El próximo destino era Chos Malal, a unos 120km de donde me encontraba, sin embargo, a 35km, se encontraba el pueblo llamado Buta Ranquil. Mi plan era llegar hasta allí por la mañana y descansar el resto del día para luego pedalear los 85km restantes hasta Chos Malal al día siguiente.
Normalmente me habría animado a hacer 120km en una día, pero en aquella ruta llena de subidas y bajadas era otra historia.


Camino
El el clima acompañó y me permitió disfrutar de una agradable mañana de pedaleo rodeado de paisajes imponentes. No muy lejos, a mi derecha, el volcán Tromen no desaparecía de la vista y muy de a poco la ruta me acercaba a el.

Llegué a Buta Ranquil antes de lo esperado y se me ocurrió algo. Definitivamente no iba a pedalear ese día hasta Chos Malal, pero quizás podría hacer dedo y ahorrarme un día de viaje. Así que antes de entrar al pueblo, me quedé al costado de la ruta durante unos 20 minutos alzando el pulgar, pero no tuve suerte así que entré al pueblo.

Ya casi era medio día y decidí comprar comida preparada para cortar un poco con los fideos y el arroz. Pregunté y me indicaron donde encontrar una casa de comidas. Un rato después ya tenia media docena de empanadas en mi poder, las guarde para comerlas una vez armado el campamento.
Hace dos días que no tenia señal en el celular y necesitaba avisarles a mis viejos que todavía seguía vivo, y me preocupaba que ellos se preocuparan, así que luego de comprar la comida salí en busca de un locutorio.

Con comida y habiendo llamado a mis viejos era momento de buscar el camping. Pregunté a varias personas y todas me dijeron que el único camping que había allí era el municipal. Después de dar un par de vueltas medio perdido, encontré el lugar. El "camping" resultó ser peor aun que el de Barrancas, sin ningún tipo de servicio, solo unos fogones y una canilla. La verdad es que con una canilla me alcanza, pero me preocupaba la seguridad de mis cosas, sobre todo de la bici.
Entré al camping y apoyé la bici en un árbol listo para armar campamento cuando un muchacho que también estaba acampando allí se me acercó. El también viajaba en bici.

El mameluco, el pelo medio largo, la gorra y la barba completa le daban a Gaston una apariencia bastante peculiar. "Se parece al Che Guevara" pensé y me reí interiormente.
Hablamos durante un rato y resultó ser que el también había salido desde Mendoza pero su viaje terminaría en San Martin de los Andes, donde pasaría el invierno. Me comentó que la masa de la rueda trasera de su bici le venía ocasionando problemas, así que fuimos a su carpa para verla. La "Vino tinto", como el la llamaba por su color, era una antigua bicicleta de paseo que, si bien estaba en buen estado, no escapaba del deterioro que produce el tiempo sobre una bici. Poseía un antiguo y raro sistema de cambios que yo jamas había visto. No consistía en piñones externos, sino que eran cambios internos a la masa o_o. Me dijo que le habían contado que recién en Chos Malal había posibilidad de que encuentre un bicicletero que se la pueda arreglar, y que iría hasta allí caminando y tardaría dos días.

Seguimos charlando y me mostró unas artesanías que estaba haciendo en madera. En ese momento un par de neuronas chispearon en mi cerebro y me dí cuenta de algo ¡Gastón era el muchacho del que me habían contado las señoras de Buta Billón! Le pregunté si había pasado por allí y confirmó mi sospecha "¡Que loco!" pensé. Ahora su plan era quedarse unos días en Buta Ranquil para terminar aquellos trabajos en madera que estaba haciendo e intentar venderlos.

Ya finalizando mi charla con Gaston, me contó que a el le habían ofrecido dormir en el polideportivo que había allí cerca y que siempre dejan dormir allí a los viajeros. Decidí ir a preguntar, la idea de una ducha caliente y un techo me atraía mucho. Cuando quise volver a la bici, vi que un perro se estaba comiendo mis empanadas. Grite y corrí para ahuyentar a aquel can oportunista, pero era demasiado tarde, las 6 empanadas habían desaparecido. Era la segunda vez que un perro me robaba comida en un camping, mi orgullo estaba herido.

Noche en el vestuario
Me despedí de Gaston y me fui a comprar otra media docena de empanadas, gasto que me dolió en el alma. Luego fui en busca del polideportivo. Dentro del polideportivo encontré al director del lugar. Le pregunté si podía pasar la noche ahí y muy amablemente me dijo que no había problema y que incluso podía darme un colchón.

Mientras me daba una ducha caliente en el vestuario del polideportivo, pensaba en que nunca hubiera pensado que este viaje me llevara a dormir en un lugar así. Me gustaba, era una experiencia mas obtenida en esta aventura.

Pasé el resto del día en las gradas escuchando música, escribiendo y estudiando el mapa.

Me fui a dormir temprano, al otro dia me esperaban 85 duros kilometros hasta Chos Malal.



2 comentarios:

  1. Hola Pablo!
    Un colchón, una ducha caliente, unas empanadas y el paisaje infinito guardado en la memoria. Habrás visto que en esos momentos uno necesita realmente muy pocas cosas para ser feliz.
    Saludos!
    Pi-ka

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